Hay veces en que uno se siente paseando por el tiempo como por los recovecos de una mousse. Es el tiempo en mayúsculas, el tiempo de toda la historia de la humanidad. La última vez que me pasó fue delante de un objeto que multiplicaba mi edad por miles de años.
Estaba ante el dibujo de un arquero desnudo y de un toro que apenas se veía ya. Sí, frente a unas pinturas rupestres, como las que estudiamos en los libros quedándonos fríos como las barandillas en invierno, me convertí en un hombre del neolítico que dibujaba animales mucho mejor que yo.